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lunes, 25 de junio de 2012


LA CRISIS: ESA ENFERMEDAD MULTIORGÁNICA

Cuando estudiaba  medicina aprendí que había un momento en que la enfermedad hacía CRISIS. Crisis no era una mala palabra. Era simplemente la posibilidad de salida.

Es verdad que la resolución podía ser para bien o para mal. Podía significar curación…pero también podía acabar en la muerte.

A mí siempre me gustó ver  las crisis como un momento de pararse, mirar alrededor, respirar profundamente  y buscar salidas. Salidas que en la medida de lo posible llevasen a la vida, a una vida mejor para todos.

No era difícil de ver que el mundo, esa casa común en la que todos habitamos,  estaba gravemente enfermo.  De una  patología  que  no tenía un solo nombre. Una enfermedad multiorgánica que iba minando lo que nos creímos que era un Estado de permanente bienestar.

Pero el virus de la avaricia se extendió con más morbilidad y mayor mortalidad que la gripe A, ocasionando una matanza sin sangre. Verdaderos holocaustos  sin armas, en los que existe el agravante de que nadie se siente culpable ni responsable. Pero no por eso dejan de ser matanzas.

Lo más grave es que mucha, muchísima gente se va quedando en el camino sin que al parecer nadie tenga culpa.

Ni aquellos que en sus negocios explotaron a adultos y niños (“mire usté”, es que si yo no les doy trabajo, se morirían de hambre)

Ni aquellos que se llevaron su negocio a otros países para hacerlo más rentable (yo voy  harta de que en telefónica me conteste un empleado que está tan lejos que casi nunca sabe resolver lo que le pregunto)

Ni aquellos que sólo se dedicaron a cumplir los objetivos que marcaba su empresa, hipotecando al primero que caía en su margen de acción, pudiera o no pudiera pagar. (“miré usté” que yo no le puse una pistola para obligarlo, si aceptó fue porque quiso. Aquí no vale el recurso a la ignorancia)

Ni los que se llenaron el bolsillo con el boom inmobiliario (“mire usté” que lo único que hicimos fue ayudar a que la gente tuviera la posibilidad de vivir bien)

Ni los que se inventaron la letra pequeña de los contratos, esa en la que suele estar la trampa de cualquier buena oferta (“mire usté”, si no lo leyó no es mi problema).

Ni los que se inventaron  inversiones  en fondos inexistentes y vendieron  acciones que no valían nada (“mire usté”, si todo se vende por qué no el dinero)

Ni aquellos que se llevaron sus haberes  a paraísos fiscales para no tener que aportar nada a la bolsa común

Ni los que se jugaron  el capital público en inversiones que sólo les beneficiaban a ellos.

Ni los que dieron la orden de construir macroestructuras que nunca fueron usadas.

Nadie tuvo la culpa del despilfarro que ocasionó la matanza

Nadie tuvo la culpa del holocausto simplemente porque la complejidad de las transacciones es tal que parece difícil que caigan cabezas (“mire usté” las cabezas que tendrían que caer, van de la mano de aquellos que tendrían la obligación de cortarlas)

La enfermedad multiorgánica iniciada hace muchos años (tantos como el bienestar) hizo crisis hace ya rato.

Tocaba pararse, mirar alrededor y respirar. Tocaba subsanar errores e iniciar nuevos caminos. Tocaba amputar, pero las amputaciones son dolorosas sobre todo si lo que hay que  cortar, porque está podrido, es un órgano propio (“mire usté!”  ¿Cómo me voy a amputar a mi mismo si soy el que dirijo el cotarro y” pa eso m´án votao”)

Tocaba pararse a mirar  para no tropezar en las mismas piedras. Pero parece que las medidas a tomar van en la misma dirección que los errores. El rescate para salvarnos del virus de las deudas (en gran parte financieras o privadas) es otra hipoteca. Pero esta vez ¡agárrense! Porque esta vez hipotecamos España.