LA CRISIS: ESA ENFERMEDAD MULTIORGÁNICA
Cuando estudiaba medicina aprendí que había un momento en que
la enfermedad hacía CRISIS. Crisis no era una mala palabra. Era simplemente la posibilidad
de salida.
Es verdad que la resolución podía ser para
bien o para mal. Podía significar curación…pero también podía acabar en la muerte.
A mí siempre me gustó ver las crisis como un momento de pararse, mirar
alrededor, respirar profundamente y
buscar salidas. Salidas que en la medida de lo posible llevasen a la vida, a
una vida mejor para todos.
No era difícil de ver que el mundo, esa casa
común en la que todos habitamos, estaba
gravemente enfermo. De una patología que no
tenía un solo nombre. Una enfermedad multiorgánica que iba minando lo que nos creímos
que era un Estado de permanente bienestar.
Pero el virus de la avaricia se extendió con
más morbilidad y mayor mortalidad que la gripe A, ocasionando una matanza sin
sangre. Verdaderos holocaustos sin armas,
en los que existe el agravante de que nadie se siente culpable ni responsable. Pero
no por eso dejan de ser matanzas.
Lo más grave es que mucha, muchísima gente se
va quedando en el camino sin que al parecer nadie tenga culpa.
Ni aquellos que en sus negocios explotaron a
adultos y niños (“mire usté”, es que si yo no les doy trabajo, se morirían de hambre)
Ni aquellos que se llevaron su negocio a
otros países para hacerlo más rentable (yo voy harta de que en telefónica me conteste un
empleado que está tan lejos que casi nunca sabe resolver lo que le pregunto)
Ni aquellos que sólo se dedicaron a cumplir
los objetivos que marcaba su empresa, hipotecando al primero que caía en su
margen de acción, pudiera o no pudiera pagar. (“miré usté” que yo no le puse
una pistola para obligarlo, si aceptó fue porque quiso. Aquí no vale el recurso
a la ignorancia)
Ni los que se llenaron el bolsillo con el
boom inmobiliario (“mire usté” que lo único que hicimos fue ayudar a que la
gente tuviera la posibilidad de vivir bien)
Ni los que se inventaron la letra pequeña de
los contratos, esa en la que suele estar la trampa de cualquier buena oferta (“mire
usté”, si no lo leyó no es mi problema).
Ni los que se inventaron inversiones en fondos inexistentes y vendieron acciones que no valían nada (“mire usté”, si
todo se vende por qué no el dinero)
Ni aquellos que se llevaron sus haberes a paraísos fiscales para no tener que aportar
nada a la bolsa común
Ni los que se jugaron el capital público en inversiones que sólo
les beneficiaban a ellos.
Ni los que dieron la orden de construir
macroestructuras que nunca fueron usadas.
Nadie tuvo la culpa del despilfarro que
ocasionó la matanza
Nadie tuvo la culpa del holocausto
simplemente porque la complejidad de las transacciones es tal que parece
difícil que caigan cabezas (“mire usté” las cabezas que tendrían que caer, van
de la mano de aquellos que tendrían la obligación de cortarlas)
La enfermedad multiorgánica iniciada hace
muchos años (tantos como el bienestar) hizo crisis hace ya rato.
Tocaba pararse, mirar alrededor y respirar.
Tocaba subsanar errores e iniciar nuevos caminos. Tocaba amputar, pero las
amputaciones son dolorosas sobre todo si lo que hay que cortar, porque está podrido, es un órgano
propio (“mire usté!” ¿Cómo me voy a
amputar a mi mismo si soy el que dirijo el cotarro y” pa eso m´án votao”)
Tocaba pararse a mirar para no tropezar en las mismas piedras. Pero
parece que las medidas a tomar van en la misma dirección que los errores. El
rescate para salvarnos del virus de las deudas (en gran parte financieras o
privadas) es otra hipoteca. Pero esta vez ¡agárrense! Porque esta vez
hipotecamos España.