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domingo, 14 de abril de 2013

Oración y Salud




Este fue el tema de las Jornadas de Pastoral de la Salud de este curso en Las Palmas
El título me recuerda una experiencia de hace algunos años. Viendo la tv con las entrevistas de Mercedes Milá. En esta ocasión la entrevistada era  una religiosa de clausura que ya  falleció, Cristina Kauffman. Mercedes le preguntó qué era para ella orar, y la monja, sin más aspavientos se puso a rezar delante de toda la audiencia televisiva.
 Orar es ante todo disponibilidad para encontrarse con Dios en un diálogo hecho de palabras, de esperas, de silencio, de escucha… relatar a Dios la propia historia (A. Pangrazzi, en mi dolor te invoco Señor)
Cada ser humano, Todos los seres humanos necesitamos dar cauce a nuestro interior más profundo, nuestra fuente, nuestro manantial. Esa esfera nuestra que constituye la espiritualidad, el lugar del sentido profundo, allí donde está lo más genuinamente humano, desde donde podemos permanecer sin corazas ni estructuras. Más allá de los conceptos y los argumentos, más adentro y más abajo que las  emociones tumultuosas. En cristiano podríamos decir el hondón en el que Dios habita. El lugar desde el que somos capaces de caminar en serenidad, en fraternidad con todo lo que existe, en silencio y confianza.
Habitualmente caminamos un poco a bandazos. Vamos a la búsqueda de una vida buena, feliz dentro de lo posible, encontrándonos en el camino con muchas turbulencias, caminando entre el gozo y el dolor… en nuestra pequeña pascua entre la muerte y la vida.
Y ¿qué es la oración? La oración es expresión de nuestros anhelos profundos, es palabra que grita, se queja, sonríe o agradece, pide o da gracias...o incluso hace silencio. La oración es cauce de nuestro anhelo  interior.
Todas las tradiciones religiosas, todas las comprensiones de espiritualidad, han descubierto la necesidad de ir más allá de uno mismo y ponerse en contacto con el Misterio, que para nosotros lleva el nombre de Dios
La enfermedad puede ser un momento privilegiado para la oración. En el corazón de la persona que está enferma y en sus seres queridos brota casi de forma espontánea la oración, la plegaria en sus más diversas formas: queja, interrogante, súplica, abandono, agradecimiento... No en vano la enfermedad, especialmente cuando es grave o es vivida como si lo fuera, pone al descubierto lo que cada uno es en realidad, confronta con lo inevitable de la existencia, provoca dudas e interrogantes, pone en tela de juicio estilos de vida y valores, y lleva a no pocos a asomarse a las puertas misteriosas de la trascendencia. «Con frecuencia se afirma, y no sin razón, que el tiempo de la enfermedad es una oportunidad para la oración» (Dando vida, sembrando esperanza. Formación 2010)
Orar es ponerse en presencia del que nunca está ausente
Es esperar
Es permanecer abierto a las formas en que Dios puede sanar el cuerpo, el espíritu el corazón.

Orar desde la enfermedad
Podemos coger para meditar el texto del monte de los olivos: “Si es posible que pase de mi este cáliz” Mt26, 39
O el salmo 116: “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo. Caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: Señor, salva mi vida”
La oración de Israel es expresión de la experiencia humana vuelta hacia Dios. En los salmos, por ejemplo, todo lo que constituye la vida del pueblo y del individuo se convierte en oración
La enfermedad es una parte de la vida, que constituye un parón, un corte de la vida normal. La persona siente que el cuerpo no le responde, tiene que dejar las actividades diarias, cambia su relación con la familia y sus amigos. Se siente dependiente pierde parte de la autonomía que tenía.
“En la oración de los enfermos, más aún que en la oración de los sanos, tiene un peso enorme la realidad que están viviendo: dolor, preocupación, angustia, abatimiento, desesperanza, curación…, todo lo que va descubriendo. Pero cuenta igualmente su pasado: su historia personal, su educación y práctica religiosa, los recuerdos de la infancia, las oraciones aprendidas y rezadas” Formación 2010. Abilio Fernández
Oración desde el desahogo y la queja del que necesita sentirse acompañado; la oración desde la súplica del que se siente indigente, la oración de petición del que ya no puede más, pero también la oración de aceptación, entrega y confianza.
Falla el cuerpo, pero en el conjunto de la salud del individuo, es necesaria la atención integral a la salud (de eso nos hablarán también en otra conferencia) atención a lo emocional, lo racional, lo espiritual. Hoy se ha descubierto por ejemplo la capacidad sanadora del silencio y de la meditación; de la oración y la confianza. Aun en personas que tienen una enfermedad incurable hacer silencio y ponerse en contacto con su interior ayudan a sanar y reconciliar el resto de las esferas.
¿Por qué se dice que la oración es en sí misma sanante?
La sanación de la oración pertenece a la esfera de la sanación integral.
Aun cuando el cuerpo vaya enfermo de muerte, las otras esferas humanas (mental, emocional, espiritual) necesitan ser reconciliadas y continuar su proceso de vida en serenidad y en paz
Cualquier proceso humano, también la enfermedad, son oportunidad de crecimiento en humanidad.
Desde la investigación se ha descubierto además que tanto la oración como la meditación en silencio tienen capacidad de sanación física. Incluso se habla de una mejora inmunológica
¿Por qué sucede esto?
Ò  Los procesos de sufrimiento, dolor y enfermedad llevan muchas veces consigo sentimientos de miedo y emociones fuertes, que afectan también a nuestra salud negativamente
Ò  Hay una gran diferencia cuando caminamos en lo bueno y en lo malo… EN CONFIANZA

Hoy se habla mucho del silencio que acalla el pensamiento el sentimiento y se centra en la respiración… pero también y en cristiano, está la oración silenciosa de confianza, de dejarse mirar por Dios: "Se está allí El, acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparlo en que mire que le mira" (Santa Teresa, Libro de la vida,13,22). Dejarse mirar por Dios. Sin más palabra. Dejarse mirar.
Oración es poner la vida entera en manos de Dios
El pueblo de Israel usaba la raíz mn (con la que se forma la palabra amén) para expresar la confianza.
La confianza del que está afianzado sobre una roca “Señor fortaleza mía, mi roca, mi libertador”

Orar con los enfermos

Para el agente de pastoral que ha tenido relación a lo largo de un tiempo con los enfermos que visita, es posible que surja orar con alguno de ellos. La oración común es un espacio privilegiado. No es simplemente recitar unas palabras que hemos aprendido. Ahí está, en presencia de Dios, lo más íntimo mío, lo más íntimo del otro. Los dos nos situamos ante el Misterio de la vida, la muerte, la enfermedad. En Presencia del Dios amor en el que confiamos. Por supuesto este espacio ha de surgir del deseo de la persona que vamos a visitar. Estamos en el umbral de un “lugar sagrado” ante el que tenemos que descalzarnos, como hizo Moisés ante la zarza. Para que sea posible orar con alguien tiene que darse sintonía y confianza. Orar con el otro y desde el otro en el momento en que se encuentra, en su proceso interior y en el momento en que me encuentro. Puede significar orar con otro desde su queja y su dolor, desde la súplica o la confianza. Desde el miedo o el agradecimiento.



Orar por los enfermos
“Orar por los enfermos no constituye un vano esfuerzo tendente a influir en la voluntad de Dios, sino un gesto hospitalario por el que invitamos a nuestros semejantes a introducirse en el centro mismo de nuestro corazón.
Orar por los enfermos significa hacerles parte de nosotros mismos, permitir que sus dolores y sus sufrimientos, sus angustias y su soledad, su confusión y sus temores resuenen en lo más íntimo de nosotros mismos.
Orar, consiguientemente, consiste en hacerse una misma cosa con aquellos por quienes oramos: convertirse en el niño enfermo, en la madre aterrorizada, en el padre angustiado…, es entrar en profunda solidaridad interior con nuestros semejantes, a fin de que en ellos y a través de ellos nos veamos tocados por el poder curativo del Espíritu de Dios” Dando vida, sembrando esperanza” (A. Fernández, 2010)
En esto de la oración… es necesaria la voluntad y la práctica. En lo cotidiano, también hay que “quedar con Dios”
Santa Teresa cuando cuenta su experiencia nos habla de las dificultades del comienzo. El esfuerzo que suponía para ella la oración:  como quien tiene que sacar agua de un pozo con un cubo
Poco a poco se va haciendo más habitual… es como quien saca el agua con una noria
Y por último, el agua entra por sí misma sin ningún esfuerzo. En ese lugar de silencio y recogimiento en el que Dios se nos regala
Dice Sta. Teresa: “Tú dilatas mi corazón” s.119
“Parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior…como si en aquél hondón interior estuviese un brasero…”el calor penetra en el alma y aun hartas veces participa el cuerpo” (Teresa de Jesús. Moradas)

Toña Monzón

miércoles, 2 de enero de 2013

UN CUENTO DE ESTRELLAS



  
El camino descendía entre árboles.

Los había de todas clases: altos, bajos; de troncos añejos y  de tallos recién brotados.


Temía perderse y acabar dando vueltas hacia el laberinto de ningunaparte;  por eso de vez en cuando miraba al cielo, buscando  entre  ramas la luz brillante que había reaparecido al caer el sol. 

Se habría extraviado muchas veces en su vida si no hubiera atendido a las luces: Luces de guía o  de alarma. Luces de aviso y luces de celebración. Luces de prohibición o de paso abierto. 


 Sonrió mirando al horizonte con añoranza: La profesión de su vida podría haber sido la de cazador de luces. Había tenido un buen puñado de trabajos y casi todos estaban relacionados con la luz: 
Cuando fue electricista, se alegró de poder iluminar construcciones nuevas y antiguas con una flamante instalación eléctrica. Cuando  acomodador, le divertía  guiar a la gente por los pasillos oscuros del cine. Siempre había deseado ser farero y lo consiguió, por fin, una temporada de verano en que disfrutó mucho viendo pasar  los barcos que se guiaban por la luz que el cuidaba. Y ahora en su jubilación, se había convertido en observador de estrellas. 


Tenía en su terraza un buen telescopio con el que escudriñar el cielo y después de una atenta observación,  había decidido salir a recorrer caminos, como tantas otras veces, para intentar “cazar” con el objetivo de su cámara un brillante astro que había descubierto recientemente. 
No estaba resultando una tarea fácil porque, por causa de algún efecto óptico desconocido para él, la estrella aparecía repentinamente grande y brillante, para alejarse después.


Llevaba dos días caminando sin ningún resultado: Había atravesado ciudades y pueblos; había cruzado a nado un río  y  siguiendo la luz,   se había internado en una fraga.


Era Navidad y eso le hizo recordar la historia bíblica  de estrellas y  caminos que contaba siempre a sus nietos la víspera de reyes:

“Erase que se era, hace más de dos mil años, tres hombres  sabios.

Eran sabios porque sabían y además saboreaban aquello que iban descubriendo.

Los tres partieron al tiempo de lugares distintos y muy lejanos entre sí, porque al observar las estrellas, descubrieron en el cielo una luz muy especial –quizás fuera un cometa- y se lanzaron a seguirla.

 Cada uno por su cuenta sin siquiera conocerse, caminaron en la certeza de que aquél día había nacido en algún lugar, el Mesías que el mundo esperaba.

 Tras caminar muchas jornadas, en el pueblo de Belén, se encontraron los tres a las puertas de un lugar que había sido cobijo de ganado. 
Allí estaba  alojada una mujer que acababa de dar a luz a un niño al que recostó en el pesebre, porque no  tuvo quien la acogiera aquella noche.

 Extrañamente aquel evento tan  importante para los sabios, no contó con la asistencia de los gobernantes del país. Tampoco estaban  los sacerdotes del pueblo de Israel, probablemente demasiado ocupados en cuidar las piedras del templo. En la historia se dice que los que acogieron al Mesías, los que dieron cabida a lo realmente importante en la vida,  fueron los pastores que vagaban por el campo con sus ovejas...” 



De esta manera el abuelo narraba a los suyos ese relato que tenía un sentido nuclear para él. Como todas las historias que hablaban de luz.

Caminaba pensativo. Si tuviera que contar de nuevo la historia para hacerla comprensible hoy, María y José habrían sido desahuciados de sus casas por no poder pagar la hipoteca. No encontrarían un lugar donde guarecerse, ni (a este paso) un hospital que los admitiese por no estar empadronados. Tampoco figurarían en el nuevo nacimiento ningún político, ni banquero, como tampoco ningún  sacerdote. Tal vez el anuncio fuera esta vez para un puñado de sintecho o…


¡Por fin un claro! Miró hacia el cielo y vio los guiños de la estrella. Grande, brillante, hermosa. Iluminando hasta muy lejos el camino.

 Hizo cuidadosamente la fotografía deseada y después se tumbó cuan largo era,  dejándose bañar por la luz. Disfrutó  aquel rato de silencio y belleza que se le regalaba.

Atrás quedaba la oscuridad del bosque. Cerró los ojos y saboreó la historia navideña que acababa de evocar. Respiró profundamente intentando sentir la luz que brillaba en su interior. ¿Cuál era la estrella que iluminaba su camino? ¿Qué acontecimientos y personas de su vida lo habían iluminado y guiado durante un trecho? ¿Qué nombre podía darle a su estrella, aquella estrella de luz y certezas que habitaba sus entrañas? Muchas imágenes del año recién terminado se detuvieron en su retina. Se levantó. Desmontó la cámara y el trípode. Los guardó con cuidado y miró de nuevo el cielo iluminado.

Había fotografiado su estrella de hoy. Sabía con certeza por dónde seguía su camino. Lo que no podía todavía vislumbrar era qué distancia le quedaba por recorrer. 
Cómo de lejos quedaba “su  Belén”.