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miércoles, 2 de enero de 2013

UN CUENTO DE ESTRELLAS



  
El camino descendía entre árboles.

Los había de todas clases: altos, bajos; de troncos añejos y  de tallos recién brotados.


Temía perderse y acabar dando vueltas hacia el laberinto de ningunaparte;  por eso de vez en cuando miraba al cielo, buscando  entre  ramas la luz brillante que había reaparecido al caer el sol. 

Se habría extraviado muchas veces en su vida si no hubiera atendido a las luces: Luces de guía o  de alarma. Luces de aviso y luces de celebración. Luces de prohibición o de paso abierto. 


 Sonrió mirando al horizonte con añoranza: La profesión de su vida podría haber sido la de cazador de luces. Había tenido un buen puñado de trabajos y casi todos estaban relacionados con la luz: 
Cuando fue electricista, se alegró de poder iluminar construcciones nuevas y antiguas con una flamante instalación eléctrica. Cuando  acomodador, le divertía  guiar a la gente por los pasillos oscuros del cine. Siempre había deseado ser farero y lo consiguió, por fin, una temporada de verano en que disfrutó mucho viendo pasar  los barcos que se guiaban por la luz que el cuidaba. Y ahora en su jubilación, se había convertido en observador de estrellas. 


Tenía en su terraza un buen telescopio con el que escudriñar el cielo y después de una atenta observación,  había decidido salir a recorrer caminos, como tantas otras veces, para intentar “cazar” con el objetivo de su cámara un brillante astro que había descubierto recientemente. 
No estaba resultando una tarea fácil porque, por causa de algún efecto óptico desconocido para él, la estrella aparecía repentinamente grande y brillante, para alejarse después.


Llevaba dos días caminando sin ningún resultado: Había atravesado ciudades y pueblos; había cruzado a nado un río  y  siguiendo la luz,   se había internado en una fraga.


Era Navidad y eso le hizo recordar la historia bíblica  de estrellas y  caminos que contaba siempre a sus nietos la víspera de reyes:

“Erase que se era, hace más de dos mil años, tres hombres  sabios.

Eran sabios porque sabían y además saboreaban aquello que iban descubriendo.

Los tres partieron al tiempo de lugares distintos y muy lejanos entre sí, porque al observar las estrellas, descubrieron en el cielo una luz muy especial –quizás fuera un cometa- y se lanzaron a seguirla.

 Cada uno por su cuenta sin siquiera conocerse, caminaron en la certeza de que aquél día había nacido en algún lugar, el Mesías que el mundo esperaba.

 Tras caminar muchas jornadas, en el pueblo de Belén, se encontraron los tres a las puertas de un lugar que había sido cobijo de ganado. 
Allí estaba  alojada una mujer que acababa de dar a luz a un niño al que recostó en el pesebre, porque no  tuvo quien la acogiera aquella noche.

 Extrañamente aquel evento tan  importante para los sabios, no contó con la asistencia de los gobernantes del país. Tampoco estaban  los sacerdotes del pueblo de Israel, probablemente demasiado ocupados en cuidar las piedras del templo. En la historia se dice que los que acogieron al Mesías, los que dieron cabida a lo realmente importante en la vida,  fueron los pastores que vagaban por el campo con sus ovejas...” 



De esta manera el abuelo narraba a los suyos ese relato que tenía un sentido nuclear para él. Como todas las historias que hablaban de luz.

Caminaba pensativo. Si tuviera que contar de nuevo la historia para hacerla comprensible hoy, María y José habrían sido desahuciados de sus casas por no poder pagar la hipoteca. No encontrarían un lugar donde guarecerse, ni (a este paso) un hospital que los admitiese por no estar empadronados. Tampoco figurarían en el nuevo nacimiento ningún político, ni banquero, como tampoco ningún  sacerdote. Tal vez el anuncio fuera esta vez para un puñado de sintecho o…


¡Por fin un claro! Miró hacia el cielo y vio los guiños de la estrella. Grande, brillante, hermosa. Iluminando hasta muy lejos el camino.

 Hizo cuidadosamente la fotografía deseada y después se tumbó cuan largo era,  dejándose bañar por la luz. Disfrutó  aquel rato de silencio y belleza que se le regalaba.

Atrás quedaba la oscuridad del bosque. Cerró los ojos y saboreó la historia navideña que acababa de evocar. Respiró profundamente intentando sentir la luz que brillaba en su interior. ¿Cuál era la estrella que iluminaba su camino? ¿Qué acontecimientos y personas de su vida lo habían iluminado y guiado durante un trecho? ¿Qué nombre podía darle a su estrella, aquella estrella de luz y certezas que habitaba sus entrañas? Muchas imágenes del año recién terminado se detuvieron en su retina. Se levantó. Desmontó la cámara y el trípode. Los guardó con cuidado y miró de nuevo el cielo iluminado.

Había fotografiado su estrella de hoy. Sabía con certeza por dónde seguía su camino. Lo que no podía todavía vislumbrar era qué distancia le quedaba por recorrer. 
Cómo de lejos quedaba “su  Belén”.