¿Podría
existir otro camino?
No me
refiero sólo a esos intrincados caminos político-económicos a los que tenemos apenas acceso, sino al camino personal
que vamos peregrinando paso a paso.
¿Es
posible otro camino? ¿Es posible otra forma de vida? En nuestra historia
pequeña vamos prendidos por múltiples hilos invisibles a prejuicios y condicionamientos. Unos nos vienen impuestos desde
fuera y a otros nos ata el propio ego
atrapado en estructuras y apariencias.
Cualquier
voz sobre caminos nuevos y buenos podría sonarnos a cuento de hadas, caería en
vacío o, como decimos popularmente sería “predicar en el desierto”. Sin
embargo, tal vez vale la pena
intentarlo.
Como
nos dijeron de antiguo los profetas: “Una voz grita en el desierto”. “Preparad el
camino al Señor. Allanad sus senderos. Elévense los valles, desciendan los
montes y colinas; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”
Porque
otro camino es posible. Escondida en cada mini-historia condicionada, late otra historia que está aun por descubrir y que
va entretejida de amor incondicional, compasión, generosidad, consciencia. Toca
irla percibiendo y dejarla salir para
hacer comunidad, o como decía el zorro del Principito, para crear lazos.
Así nos
lo desea Pablo en su carta de hoy: “Que
vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en
sensibilidad para apreciar los valores” (Fil 1, 8-11)
Nuestro
deseo para hoy: Que haya cada vez más personas que se animen a adentrarse en el
desierto de nuestras ciudades, para contar nuevas historias de esperanza.
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